El Madrid, liderado por un brasileño magnífico, perdonó cuatro ocasiones claras y el uruguayo se lo hizo pagar. El Barça no necesitó a Messi para meterse en la final.
Vinicius le ganó a Messi y el Barça al Madrid para darle la razón a Di Stéfano: ningún jugador es tan bueno como todos juntos. El partido, en cualquier caso, explicó bien el curso. El Barça ha perdido el lujo del pasado pero Valverde lo ha compensado con su orden. El Madrid dejó ir cincuenta goles y no los ha recuperado, ni siquiera cuando Benzema intentó disimularlo. Siendo mejor una hora, pisando el área, disparó al aire su penúltima bala.
En la periferia de lo anecdótico, que diría Solari en arranque lírico para salir del trance, Bale se quedó en el banquillo. Y no por su desconsideración con Lucas Vázquez, sino porque trabaja menos que él, desborda menos que Vinicius y ofrece menos soluciones que Benzema. Él pone el gol, con intermitencia, de convalecencia en convalecencia, pero ese albur no vale en este Madrid. Como la falta de punto de Marcelo, de nuevo castigada.
También Valverde puso lo mejor del catálogo, entre los que llevan tiempo sin figurar ni Vidal ni Coutinho. Fue, pues, un Clásico de clásicos con un despegue cobardón, de pocas embestidas. El Madrid moderó su condición de local tras el burladero del empate del Camp Nou. Y el Barça tampoco fue el equipo invasor al que le obligaba su desventaja de salida. Tuvo la pelota sin sacarle provecho. Un partido de poca acción del que se desmarcó Vinicius y no tanto Messi, presunto rayo exterminador. El brasileño es un extremo carnívoro, sin reservas, muy confiado en su sprint, un dolor de cabeza para Semedo, aunque le cuesta mucho dar la última puntada. Deja demasiadas obras de arte a medias. Sus inicios están llenos de casis. Pidió un penalti opinable (hubo contacto, quizá no suficiente) y se le fueron cinco goles entre el delirio general. Hay en el Bernabéu una predisposición a perdonarle todo en el presente adivinando su futuro. Jugadores así siempre llevaron gente a este estadio. Pregúntenle a Butragueño.
Messi es plutonio selectivo. Comenzó demasiado atrás, demasiado quieto, confundido con la maleza de centrocampistas disfrazados que metió Valverde. Él, que es el tribunal supremo de esta Liga y tantas otras, tiene partidos de reposo y reposo en los partidos. Sin su auxilio, el Barça estuvo por debajo del Madrid en la primera parte. Al equipo azulgrana le quedó Jordi Alba, disparado hacia su renovación, que le echó un gran pulso a Carvajal. Y también sus centrales, Piqué y Lenglet, factor de corrección de todos los demás, porque Luis Suárez y Dembélé estaban por despertar. Así que, tacita a tacita, el Madrid fue construyendo ocasiones, varias claras, que perdió por falta de pericia o porque Ter Stegen amuralló bien a su equipo, especialmente en un remate forzado de Benzema. Pero todo empezó y acabó en Vinicius, el nuevo influencer del equipo, hecho por otro lado preocupante: el ataque del Madrid parece reducido a él y le faltan varios cursos para evolucionar en goleador.
Dembélé, la lanzadera
Después cayó sobre el Madrid la ley del fútbol, inflexible con la falta de tino. La primera vez que Dembélé le ganó la espalda a Carvajal acabó en gol del Barça. A su centro llegó Luis Suárez antes que un confiado Ramos, tocado desde el primer tiempo. Ahí empezó el Clásico que se esperaba, sin respiro, con ida y vuelta, con un Madrid desatado y un Barça buscándole el contrapié. Y con el estadio esperando que aquello lo arreglara Vinicius. A punto estuvo de hacerlo, en un centro del brasileño cabeceado por Reguilón y salvado por Ter Stegen, ángel de la guarda del Barça, y en una arrancada en la que tumbó a Piqué y Semedo sin llegar a culminar. Y en una contra casi inmediata, Dembélé, en posición discutible, le puso otra a Suárez y el pie suicida de Varane sentenció la eliminatoria. Para entonces ya estaba Bale en el campo.
El Madrid se sintió abandonado por la fortuna y perdió el rigor defensivo. Percibió que había pasado su momento y bajó lo brazos, Casemiro a la cabeza. Su penalti evitable aceleró el desastre blanco. Valverde se permitió incluso quitarle minutos a Dembélé y Luis Suárez pensando en el sábado, cuando se servirá el segundo plato, que tendrá menos sal. El Barça está en todo y el Madrid en su refugio natural: Europa.