Un gol en el 90 del delantero de Emery, que acababa de salir, mete a Inglaterra en la final. Los de Southgate remontaron el tanto inicial de Simons. Flojo Bellingham.
La Eurocopa encuentra héroes inesperados, el fútbol siempre aporta nombres que no se esperan, jugadores que ni siquiera existían hasta su gran noche. Uno de ellos es Olie Watkins. Para siempre. Para la eternidad. El delantero del Villa, el goleador de Emery, metió a Inglaterra en la final con un último remate cruzado letal, un guantazo a la mandíbula de Holanda y de Koeman, que ya se veían en la prórroga y con todas las opciones abiertas.
Pero Inglaterra tiene algo. Southgate tiene algo. Sus dos cambios finales, Palmer y Watkins, que habían entrado por Kane y Foden, ni más ni menos, dibujaron un gol que no existía, un tanto que les conduce a la final ante España. Honores para Holanda, que cayó en el último escollo pese a darlo todo. Quedará para siempre la aportación de Xavi Simons, ese adolescente convertido en estrella. Del Simons culé se recuerdan sus rizos, su posición mucho más retrasada que la actual, casi un pivote, y su adoración por el ídolo y hasta hace nada técnico del Barça, de ahí su nombre.
Este Simons es otro. Salió rumbo a París camelado por los millones del PSG, pero ha demostrado que es mucho más que un talento precoz. Le cerraron todas las puertas, empezando por Luis Enrique, y él las ha ido abriendo, bien cedido en Leipzig o bien en la selección erigiéndose en el líder. No se había templado el partido y un golazo suyo lo puso patas arriba. Se durmió Rice, raro en él, le presionó Simons y la cabalgada de este acabó en un derechazo en el que a Pickford también se le vieron las costuras.
Esta Inglaterra menos férrea que otras, especialmente por el cambio de sistema que abre las alas pero debilita defensivamente el interior, necesitaba el balón para sentirse fuerte. Al igual que en octavos y cuartos, verse por detrás en el marcado le dio impulso más que angustia. Es encomiable la capacidad de reacción de los ingleses en esta Euro, casi la mejor de sus virtudes. El viento también sopla a su favor. Sopló, de hecho, con el penalti que el VAR descubrió entre una maraña de piernas cuando Kane trató de rematar en el área. Lo hizo, pero la plancha de Dumfries le golpeó luego y eso fue suficiente argumento para decretar penalti. El delantero del Bayern lo convirtió con una asombrosa naturalidad: fuerte y pegada al palo. Imparable.
Para entonces, Foden campaba a sus anchas por el césped. El impacto que ha tenido Guardiola en este futbolista es total. Entre líneas, se movió como nunca hasta ahora en el campeonato. Recibió en zonas prohibidas con una finura que asusta. Trazó diagonales sin manera de detenerle. Caracoleó con sentido, sin un alarde de más, siempre buscando la mejor jugada para su equipo. Pudo voltear el marcador, incluso, si un remate imposible suyo no lo hubiera sacado Dumfries en la misma línea. El reloj del árbitro no pitó. Holanda se salvó. Koeman respiró.
Eran minutos de asedio de Inglaterra. Por primera vez en todo el torneo, los de Southgate jugaban a algo. Kane se liberaba viniendo a recibir, Bellingham percutía desde la izquierda, Mainoo hacía de bombero por todo el campo. Es impresionante el despliegue del mediocentro del 19 años del United, otro de los grandes aciertos del conjunto inglés según ha ido avanzando el torneo.
El partido era Foden. En la posición que más daño hace, por dentro y viniendo desde una recepción entre líneas, pudo hacer un gol de bandera cuando buscó la escuadra. La encontró, pero por fuera, y la pelota salió despedida. Ese gol ya lo hizo en el Bernabéu y lleva su patente. Hubo más intentos de una Inglaterra desatada y a la que sólo frenó la lesión de Memphis, curiosamente. Koeman ordenó fichas. Metió otro mediocentro y adelantó a Simons. Había que cerrar la sangría como fuera. Lo logró, de hecho, y lo siguiente en el partido fue un remate de Dumfries en un córner al larguero. Holanda existía.
